sábado, 29 de noviembre de 2008

¿Venimos a gozar? ¿Venimos a sufrir? ¿A qué venimos?



Puede que a más de uno le resulte decepcionante o frustrante la respuesta a esta eterna pregunta, pero creo que deberíamos aceptar que no venimos aquí para nada, que la vida, la vida de cada uno de nosotros no tiene ninguna finalidad. Cuando aparecemos en este mundo no nos acompaña ningún sobre lacrado donde esté escrito un para qué, un algo que tengamos que hacer antes de morir. La vida es sólo una puñetera casualidad. En un cierto sentido, la vida no tiene ningún sentido.

Me encuentro estos días leyendo un libro, que por cierto no recomiendo a nadie (pues me ha resultado un poco decepcionante; una decepción, ésta, mucho más concreta que la producida por la respuesta a la que me refería en la primera línea), cuyo título es “La vida humana”, y su autor André Comte-Sponville.

Comte-Sponville es un filósofo francés autor de varias obras, de las cuales, por sus títulos, pues reconozco no haber leído nada suyo con anterioridad, me he fijado en algunas tales como “El alma del ateísmo”, “El amor, la soledad” o “La felicidad, desesperadamente”.

Bien, pues volviendo a “La vida humana” os diré que los capítulos de este libro llevan títulos tan concisos como: Antes, Nacer, Amar, Trabajar, Durar, Morir…, y contenidos igualmente tan escuetos como unas 5 a 10 páginas de letra e interlineado muy generosos. Uno de los capítulos, el que me ha resultado más interesante y me ha dado pie a estas reflexiones, es el denominado “Gozar, sufrir”. Nos habla aquí Comte-Sponville de las dos visiones, las dos interpretaciones, que la filosofía occidental, desde los griegos hasta nuestros días, tiene sobre la pregunta por el sentido de la vida. Éstas son: el epicureismo y el estoicismo. Simplificando, un tanto equivocadamente como cualquier simplificación, se podría decir que para los epicúreos el principio supremo es el disfrute y el placer, mientras que para los estoicos sería el principio ético, la responsabilidad.

Nos dice Comte-Sponville sobre los epicúreos: “El placer es el bien supremo (…) lo demuestra que todos los seres vivos, animales y hombres, buscan el placer o se complacen en él, desde que nacen, de la misma manera que huyen tanto como pueden del sufrimiento, y esto precisaba Epicúreo, de forma natural y sin discursos”.


Y nos dice sobre los estoicos, “Cualquier ser vivo está dispuesto a sufrir (…) si se trata de asegurar su supervivencia. La perseverancia en su propio ser es, pues, para cada uno, un bien superior al placer. Ahora bien, el ser propio del hombre es la razón; la vida racional (la virtud) tiene, pues, más y mejor valor que el goce”.

¿Con qué visión nos quedamos? Tendremos que elaborar la apropiada síntesis, pues resulta innegable que hay verdad en ambas. Por ejemplo, es cierto que (salvo en casos de desalmados absolutos o psicópatas) no es posible disfrutar del placer si sabemos que está sustentado sobre el sufrimiento de otros. Por ello no podemos ser radicalmente epicúreos. Pero también es cierto que la ética porque sí, o la vida sacrificada, no tienen ningún sentido salvo si se cree en un más allá que vendrá como recompensa. Y ¿quién puede creer ya en ello?

En resumidas cuentas, mi propuesta: adoptemos y apliquémonos los principios éticos necesarios para poder disfrutar de la vida, y vayámonos lo más contentos posible de esta puñetera casualidad que es nuestra existencia.


Circo du Soleil: ALEGRÍA


sábado, 22 de noviembre de 2008

Poseer poco

A veces es peligroso leer el periódico o ver un telediario mientras estamos comiendo. Algunas noticias hacen que los alimentos recién ingeridos salten en nuestro estómago. Ver los efectos de un violento atentado, o las escenas de una guerra, sobre todo cuando son civiles los afectados, o también por ejemplo, ver las consecuencias de alguna terrible enfermedad en un cuerpo humano; ver las llagas, la sangre, las heridas abiertas, todo eso hace incomodarse a la cuchara y al pan en nuestras manos.

Confieso que en mi caso, particularmente, no es necesaria la presencia de imágenes escabrosas para producirme ese efecto del que os hablo. A veces son suficientes unas palabras, un texto, lo que hay tras esa hilera de signos gráficos.

El miércoles pasado leía el diario PUBLICO mientras comía el menú del día en un bar (y no es licencia poética: eran garbanzos). En este diario hay una sección muy atractiva que se llama “Ojo público”, compuesta por una fotografía de gran tamaño y un breve comentario en texto. La de ese día fue la que os muestro más abajo.

Es una fotografía trabajada; es una pose. El fotógrafo ha dispuesto intencionadamente, ha creado una composición artificial con dos niños y unos cuantos objetos ¿cuántos? Quizás 20; no más. Se podría decir que no es especialmente artística esta foto. No, no lo es. Sólo hay una imperceptible elevación del objetivo de la cámara (del punto de vista del observador) que nos hace ver la situación desde una cierta distancia creada con intención. Y lo consigue ¡Qué lejos estamos de ellos!

Más que esta fotografía y su sencilla composición, el breve pero afilado texto de Antonio Avendaño fue el que hizo removerme incómodo en mi asiento.

¡Cuántos hay que poseen tan poco, y cuánto, en cambio, poseen algunos pocos!


Foto:UNICEF

Mozambique // Los hermanos Paulino y Laura forman una peculiar sociedad en comandita.

Objeto social: echar peonadas.

Bienes de equipo: una azada y dos envases de plástico.

Bienes de consumo duradero: un paraguas, cuatro platos, seis vasos, dos cucharas y dos esteras.

Bienes inmuebles: una choza.

Cash flow: cero.

Proyectos societarios a corto plazo: comer una vez al día.

A medio plazo: Paulino, seguir en la escuela; Laura, volver a ella.

A largo plazo: no morir de hambre.

ANTONIO AVENDAÑO

sábado, 15 de noviembre de 2008

Ríos de vida


Hoy la cosa va de ríos. Paseando junto a mi perezoso Guadalquivir he recordado lo que tantos poetas han dicho sobre el fluir del agua: nuestra vida es un río sin vuelta atrás. No importa que haya presas o remansos. Fluye y fluye, y ese constante fluir nos acerca cada día un poco más al mar.
A veces, se podría decir que más que río somos tierra o puente. Es cuando vemos nuestra vida pasar. Pasar para no volver más.
Quién pudiera entonces remontar la corriente, y volver atrás, para ver y sentir de nuevo aquellos barrancos y aquellas piedras que un trecho más arriba nos hicieron vibrar.

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir.
Allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir.

Jorge Manrique

Huyen el lento día y la noche serena
Mas nunca vuelven
Los tiempos que pasaron ni el amor ni la pena
El puente Mirabeau mira pasar el Sena

G. Apollinaire

El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor,
que se fue y no vino!

F. García Lorca

Pasa la vida
igual que pasa la corriente
cuando el río busca el mar

Raimundo Amador

El río es pasar, pasar
y ver todo de pasada;
nacer en la madrugada
de un manantial transparente
y morirse tristemente
sobre una arena salada

M. Benítez Carrasco

Pero todos estos son poemas un poco tristes ¿no?
Hay uno sobre un río y un puente que me resulta muy vitalista y alegre. Es en realidad una canción del grupo extremeño Perroflauta, en el que participan Luis Pastor y Kepa Junkera.
Dice así:

Por mis ojos pasa el Guadiana
por mi risa pasa la gente
por mi sueño pasa la vida
y yo paso por el puente...


Chimurenga del Guadiana (Perroflauta, Luis Pastor y Kepa Junquera)

domingo, 9 de noviembre de 2008

Amor tras la línea


Otra tarde otoñal en casa: sofá y mando a distancia, y una casualidad. Digo casualidad porque viene a cuento por la película a la me voy a referir. Esta tarde me encontré en Cinemateka (tv) con una de mis películas preferidas, de uno de mis directores favoritos. Se trata de “Los amantes del círculo polar” de Julio Medem.

Casi todas las películas de Medem me han tocado el alma. Su poético lenguaje fílmico no creo que deje impasible a nadie; o te atrapa y lo adoras, o te disgusta y no puedes soportarlo (ni entenderlo). Cuando he visto alguna de sus películas en el cine con algún o algunos amigos, siempre ha habido ese choque un tanto visceral de pareceres.

¿De qué va la película? Bueno, como buena película que es, puede tener varias lecturas. Eso le ocurre también a los grandes libros. Esta historia va sobre el amor, desde luego, pues ya lo dice el título. Pero va también de otras muchas cosas.

La casualidad, las casualidades, juegan un muy importante papel en el transcurso de la historia, hasta tal punto que forman parte esencial de ella. No es la única película que trata este asunto ni será la última. En esta película pueden parecer exageradas las casualidades que entrelazan a los personajes, pero no es más que un recurso poético. En realidad la vida de todos nosotros, las relaciones que hemos establecido o no hemos llegado a establecer con los otros, está regida por una serie de pequeñas casualidades. Cuántas veces nos hemos hecho esa pregunta de ¿qué hubiera pasado sí …?, o ¿si no ..?

Otro tema del que se habla en esta película es de "círculos". De hecho también están en el título. Los círculos a veces nos rodean, es decir, delimitan el espacio en el que estamos (y en el que no estamos), y a veces definen el recorrido cíclico que de mil maneras repetimos.

Hay tres edades en la vida de los dos personajes principales: infancia, adolescencia y joven madurez. En esas tres edades, que a veces vemos desde los ojos de Ana y a veces desde los ojos de Otto, se repiten sucesos muy similares. Singularmente, por ejemplo, se repite el frenazo mientras ellos van sentados uno junto al otro en el asiento trasero de un coche. Son repeticiones cíclicas.

No me voy a alargar demasiado. Yo, de la película me quedo con una imagen poética, metafórica. Eso, y no otra cosa, es la línea blanca del círculo polar que atraviesa el suelo de la cabaña de Finlandia donde Ana (Najwa Ninri) ha ido a esperar. ¿Qué ha ido a esperar allí? Pues a que ocurra la mayor casualidad posible: el amor, la más grande y más bonita de las casualidades. Y efectivamente así ocurre. Dentro de ese mágico círculo, donde el amor es posible, aparece Otto en paracaídas.

El lugar es simbólico. El círculo está en cualquier lugar, pero ¿es posible habitarlo por mucho tiempo?

Dos finales tiene la película. Uno real: Ana muere cuando más cerca estaba de reencontrarse con Otto. Otro soñado, en el que Otto se quedará a vivir para siempre en los ojos de Ana.


Los amantes del círculo polar (Julio Medem)

-"Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta"

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La renuncia ¿voluntaria? a la privacidad en internet


¿Qué es lo que está pasando en relación con el uso de Internet y con nuestra pérdida voluntaria de privacidad? ¿Recordáis nuestras primeras respuestas al uso y abuso de las nuevas tecnologías? ¿Recordáis el miedo y la prevención de una gran parte de la sociedad (al menos por lo que respecta a los “progres”) en relación con una posible sociedad futura de hiperbolizado control, una sociedad donde el GRAN HERMANO orwelliano se hubiera hecho realidad?

Pues ya está llegando; o ¿quizás ya estamos en ella?. Pues creo que sí, que ya estamos en ella, y lo peor es que está ocurriendo con nuestra aquiescencia, con nuestra participación despreocupada y animosa.

Hace unos años nos negábamos, salvo que fuera estrictamente necesario o estuviéramos obligados por un imperativo administrativo o similar, a suministrar nuestros datos personales por Internet. Al día de hoy, no sólo suministramos información sobre nuestro domicilio, teléfonos, datos bancarios, etc, sino que publicitamos nuestras fotos y las de nuestra familia, hablamos de nuestras aficiones, de nuestros gustos, y participamos en espacios virtuales donde nos abrimos completamente a otros que de nada conocemos. El éxito de lo que se ha llamado “web social” ha sido espectacular. Plataformas como Facebook, Flickr, Youtube, y la multiplicación de los blogs de contenido personal en la web, son ejemplos de ello.

Pero ¿por qué en la red nos hemos olvidado completamente de la conveniencia de practicar la prevención? ¿Por qué somos tan diferentes en la “realidad virtual” a como lo somos en la “realidad real”?

Como dice María Belén Albornoz en Cibercultura y las nuevas nociones de privacidad:

“Las nuevas formas de representación que estamos presenciando en Internet, están contándonos cómo los cibernautas están modificando nociones que fuera de ese espacio parecen no cambiar. Este punto de quiebra entre el mundo real y el virtual se hace evidente cuando analizamos las nociones de privacidad que circulan en el ciberespacio y su contraposición fuera de la interfaz”.


(…) Mientras fuera de la red somos cada vez más celosos de nuestra privacidad y reclamamos nuestros derechos ante las nuevas políticas globales de prevención del terrorismo, en los mundos virtuales vamos perdiendo la capacidad de distinguir entre lo público y lo privado que tanto valoramos fuera de ellos.

Otro texto interesante en relación con este tema es el de Ezequiel Apesteguia De lo virtual a lo real: condenas por usar Facebook y nuevas nociones de privacidad

Eze, como firma los artículos de su blog, se refiere a las consecuencias, incluso penales, que puede tener el uso de la realidad virtual para el engaño, el fraude o incluso la difamación de otros. Algunos creen que la virtualidad del medio hace que todo allí sea irreal e impunible. No es así.

Consejo: tened mucho cuidado con lo que hacéis y con lo que decís por Internet; es casi tan real como lo que hacéis o decís fuera.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Más lectura, ¡MÁS MADERA!

Retomo este cuaderno después de algo más de un año de abandono. Con ese atractivo que tienen los cuadernos (casi) en blanco, y con ese olor a nuevo que todavía conserva, pues no ha sido abierto prácticamente, me decido a transcribir aquí algunos pensamientos.

Nada hay nuevo bajo el sol, y ningún supuesto dios creó nada desde la nada. Yo, desde luego, tampoco. Me propongo ir llenando estas páginas con los comentarios que se me ocurrirán tras leer lo que antes otros han escrito, escuchar lo que otros han dicho o ver lo que otros han hecho.

La primera anotación de esta segunda etapa de mi “cuaderno del sur” se ha inspirado en la relectura del libro de Marguerite Yourcenar: “Memorias de Adriano”. En un domingo otoñal como el de hoy, y después de pasear indolentemente mi dedo índice por las estanterías de mi biblioteca, me decidí a rescatar este libro para darle nueva vida por un rato. Tras no más de 15 páginas me encontré con esta frase:

“Como todo el mundo, sólo tengo a mi servicio tres medios para evaluar la existencia humana: el estudio de mí mismo, que es el más difícil y peligroso, pero también el más fecundo de los métodos; la observación de los hombres, que logran casi siempre ocultarnos sus secretos o hacernos creer que los tienen; y los libros, con los errores de perspectiva que nacen entre sus líneas”.

Este pensamiento me pareció de una sencillez y a la vez una profundidad tal, que me movió enseguida, como hago tantas veces, a anotarlo en un trozo de papel. Luego, esto me pareció insuficiente, y me decidí a comentarlo aquí.

Tres fuentes tiene la construcción del conocimiento y de la sabiduría: el estudio de uno mismo, el estudio de los demás (en el sentido más amplio) y la lectura. Habrá quien incluso llegue a considerar la lectura como un posible compendio de los tres. Se me hace que esto se asemeja a esa falacia cristiana del “tres en uno”. Pero no, no acepto que sea así.

Soy un gran defensor de la lectura. Por cierto, en estos días ando leyendo dentro de las actividades de un club de lectura en mi biblioteca, la obra “Metáforas de la lectura” de Víctor Moreno. Pero aunque la lectura es tantas cosas, como dice un poco más abajo el mismo Adriano (¿o es Yourcenar quien lo dice?):

“mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera”.


La realidad no puede caber entera en los libros; se sale de ellos, se desborda. Eso sí, lo que leemos en los libros nos permite ver la realidad con nuevos ojos y descubrir más mundo en el mundo que antes conocíamos. De alguna manera, nuestro mundo se ensancha con cada libro leído.

Así que: ¡más madera!