lunes, 21 de marzo de 2011

¿Intervención en Libia?


  1. El asunto es importante y apasiona; no cabe duda. De hecho, "la progresía" de este país anda desunida: mientras PSOE, Esquerra Repúblicana de Cataluña, e incluso Iniciativa per Catalunya Verds, están a favor de la intervención, Izquierda Unida y el Bloque Nacionalista Galego están en contra.
  2. La cuestión de la intervención militar en Libia es de las más complejas que se le pueden plantear a un defensor de la paz, de los derechos humanos, de la democracia y de esas mil cosas más que compartimos los hombres y mujeres de bien. Es compleja porque debajo, como a menudo en tantas otras cuestiones de ética difícil, lo que subyace es el conflicto entre los fines y los medios.
  3. Casi con total seguridad que la mayoría de los que leen este blog está de acuerdo en considerar a Gadafi un sátrapa y un dictador medio loco que está haciendo mucho daño a su pueblo. Por otra parte, tod@s sabemos también que ha llegado donde está, y sobre todo que ha permanecido ahí, por el apoyo y el beneplácito de los países occidentales mientras esa ha sido la mejor opción para sus intereses.
  4. Hay otros muchos países en situaciones parecidas a la de la actual Libia donde occidente no se está planteando de ninguna manera la intervención. Sin ir muy lejos, Yemen y Bahrein por ejemplo. ¿Por qué occidente no limpia de sátrapas estos países? Sin duda que hay espúreos intereses tras esta elección.
  5. Parece que la "rebelión del pueblo libio" carece de algunas cualidades de las que sí han gozado otras rebeliones como la de Túnez o Egipto. En Libia hay una importante disputa entre tribus. Detrás de los levantamientos de la región de Bengasi no ha habido sólo ciudadanos desarmados unidos por facebook: hay armas.
  6. Una cuestión radicalmente diferente en el caso de Libia respecto a otras intervenciones de occidente en el mundo árabe (singularmente, la invasión de Irak), es la existencia ahora de una resolución de la ONU que autoriza a intervenir en nombre de la defensa y seguridad de la población civil frente a las barbaridades cometidas por Gadafi contra su pueblo. ¿Cómo se puede tildar un bombardeo desde aviones de una manifestación civil?
  7. La resolución del Consejo de Seguridad de la ONU mencionada excluye expresamente la intervención terrestre en cualquier parte de Libia, aunque ¿cómo sabemos lo que terminará ocurriendo?
  8. Libia tiene mucho petróleo. ¿No estará influyendo eso del pico de petróleo en este asunto? (pregunta retórica, como véis)

En fin, insisto, la cuestión es muy compleja.

Yo, particularmente:
- no quiero que Gadafi siga masacrando a su pueblo, o a parte de él
- no quiero que los países occidentales utilicen esta crisis para su propio interés
- no quiero que se acuda a la guerra como instrumento de resolución de conflictos

Por todo ello, me posiciono a favor de la resolución de la ONU y eso quiere decir apoyar el bloqueo del espacio aéreo para impedir las acciones del ejército de Gadafi, pero estoy totalmente en contra de cualquier otra acción militar de los países occidentales de tipo ofensivo, como parece que se han empezado a producir.

Estoy seguro de que en relación a este tema tan espinoso, muchos de vosotros tendréis vuestra propia y diferente opinión. Me gustaría que la compartierais conmigo y con los que esto leen.



PD: añadido posterior.

Equo ha emitido un comunicado sobre la intervención en Libia que comparto y enlazo desde aquí.
 

domingo, 13 de marzo de 2011

Seamos modernos, de nuevo

Sí, seamos modernos. Construyamos una nueva modernidad. Demos carpetazo definitivo a los valores y esquemas mentales reinantes durante estos últimos 30 años en la cultura occidental.

La postmodernidad tuvo su aquel. Resultó molona para muchos. Después de los idealistas y radicales años 60 y 70 del siglo XX, y tras el desencanto de los 80, una mayoría de la población se instaló en una cómoda postmodernidad vacía de contenido pero llena de autocomplacencia.

Fue algo que ocurrió en todo el mundo, pero en España, mucha culpa de ello la tendrían las prácticas del gobierno de Felipe González, que asentado sobre un pernicioso pragmatismo abriría las puertas a la cultura del pelotazo en un primer momento, y a una corrupción relativamente generalizada acto seguido. Corrupción, que para nuestro lamento, sólo ha ido in crescendo desde entonces.

Modernos y postmodernos
Yo nunca me sentí cómodo en esa cultura del desencanto, en aquella falta de valores. Ni siquiera me gustó, lo confieso, ni la movida madrileña y su música, ni aquella estética de tachuelas, hombreras y pelos tiesos. Y no sólo porque yo ya hubiera empezado, por aquel entonces, a perder los míos.

Insconcientemente por mi parte, entonces, aquellos años ochenta no fueron de mi agrado. Luego me he ido haciendo consciente de por qué. Se había extendido entre las gentes de izquierda una duda identitaria relativa a la idea de progreso. Tras la caída del muro de Berlín, un batacazo definitivo se produjo entre los que siempre habían soñado con una sociedad justa y alternativa al capitalismo. El mensaje que caló entre los jóvenes desde entonces es: si no hay mejor futuro, disfrutemos del presente.

Pero el progreso es posible. Por supuesto, no me estoy refiriendo a ninguna clase de crecimiento, ni siquiera a ningún “desarrollo sostenible” que valga (dificilmente encontraremos otro concepto tan prostituido por un uso intencionado e interesado como este).

Diversos factores nos han llevado a tomar conciencia de esa imposibilidad:
  • la globalización. No es posible materialmente que toda la población del planeta pueda vivir manteniendo el nivel de vida de los países occidentales.
  • la crisis energética. Estamos a punto de alcanzar el pico del petróleo; eso quiere decir que se acabó la energía barata y todo el sistema de consumo y movilidad sustentado sobre ella.
  • la finitud del planeta. La Tierra siempre nos pareció grande (aunque al día de hoy ya no tanto), pero lo cierto es que tiene un tamaño determinado: no es infinita. Los recursos, por tanto, tienen un límite.

El progreso pues, no puede ser entendido de ahora en adelante como crecimiento material, como disfrute de más objetos, de más productos, de más lujos. El progreso existe, pero pasa por alcanzar un nuevo equilibrio con la naturaleza y con nosotros mismos.

Pasa por una nueva cultura económica sustentada sobre la posibilidad, real, de vivir mejor con menos.

Y pasa, sobre todo, por la necesidad de una nueva cultura política levantada sobre los valores de la ética, la equidad, la justicia y la solidaridad.

Esa ha de ser la nueva modernidad

De todos depende construir un mundo mejor
PD: se puede acudir a la Wikipedia para saber que son la modernidad y la postmodernidad


sábado, 5 de marzo de 2011

Lo público y lo privado; la Privacidad y el Estado

Ya sabéis de mi aficción a los opuestos, de mi tendencia a percibir la dualidad de las cosas o a intentar ver ambas caras de la moneda. No en vano varias entradas en este blog han adoptado en su titulo la forma de una confrontación de términos. Ejemplos de ello son: “Lacicidad versus laicismo”, “¿Más Ciencias o más Letras?", “Cultura y Mercado”, o “Tierra: amor sacro y amor profano” (una de las más antiguas). Y hay más.

El caso es que este juego de oposiciones tiene distinto objetivo en cada caso. Lo que pretendo hoy es demostrar que lo público y lo privado no son enemigos sino necesarios constituyentes ambos de una vida en libertad.

He leído recientemente el libro del sociólogo alemán Wolfgang Sofsky titulado “Defensa de lo privado” y convengo con él en que la privacidad es el fundamento de la libertad personal. Sin espacio privado no puede haber libertad. Qué estaríamos defendiendo cuando defendemos la libertad sino el derecho a ser distintos en nuestra individualidad, el derecho a “nuestro espacio de libertad”, a nuestra privacidad. Esto incluye el derecho a organizar nuestra vida según nuestros propios deseos, hábitos, creencias, y a hacerlo hasta dónde no topemos con el derecho de los otros.

Sin embargo no estoy nada de acuerdo con él cuando se posiciona contra el Estado como agresor por antonomasia de la libertad de los individuos. No opino lo mismo. Si bien efectivamente el Estado fue durante muchos siglos el máximo enemigo de la libertad, creo que al día de hoy es un necesario garante de la libertad del individuo frente a otro agresor mucho más peligroso: el Capital.

Por ejemplo, cuando se habla de la libertad de mercado, de la libertad de iniciativa privada como mejor ley de organización colectiva, lo que se está en realidad defendiendo es la libertad del capital frente a la libertad del individuo. Cuando se afirma, en la línea del liberalismo de Adam Smith y los modernos secuaces del neoliberalismo como Milton Friedman, que el interés propio, es decir el egoismo, en interacción y pugna con el interés de los otros, es el mejor medio de alcanzar el equilibrio social, lo que se está defendiendo no es otra cosa que una ley del más fuerte.

Revestido y amparado tras su sacrosanta libertad de empresa, el neoliberalismo pretende la desaparición del Estado como principal obstáculo al supuesto equilibrio propio que alcanzaría la sociedad capitalista. Pero ese equilibrio no es otro que el de la máxima concentración en manos de unos pocos. Esto ya quedó escrito hace ahora 150 años.

La libertad del individuo que defiende el liberalismo no es otra que la libertad del capital para obtener el máximo beneficio. Esto se hace a costa y contra la persona, pisoteando y destruyendo cualesquiera derechos, incluídos el derecho a la vida, a la salud, al trabajo, a la vivienda, a un medioambiente sano, y un largo etc. Porque el capital, mirando sólo su propio beneficio, incapaz incluso de preveer su deriva, destruye y esquilma todo lo que sustenta la vida sobre la Tierra, y se encamina, y nos encamina, a la destrucción.

Frente a ello, el estado y lo público, controlando y poniendo coto al capital, se convierten en el único garante de la igualdad real de las personas. Es cierto que el estado puede ser, y de hecho ha sido tradicionalmente, opresor del individuo e invasor de su privacidad. Aún más lo puede ser, y lo es en cierto modo al día de hoy, debido a los instrumentos de información y de control, tecnológicos y culturales, de que dispone. La clave está en la construcción de un verdadero Estado Democrático basado en la participación, en la equidad, en la justicia y en la ética. Un estado dotado de los necesarios instrumentos de control; y ahora me estoy refiriendo a instrumentos de control por parte de la ciudadanía. Un estado que garantice la igualdad de oportunidades, que promueva el acceso a la educación de todos (no sólo de los que tienen medios), que proteja el bien común frente a la usurpación privada.

Porque creo en todo ello, es por lo que desde siempre: he sido muy celoso de mi privacidad, he reclamado constantemente mi derecho a ser diferente, me he opuesto y he luchado contra el gregarismo, contra los instrumentos de control del estado, etc, etc.

Pero también, por ello mismo: me he agrupado para conquistar mayores espacios de libertad y me he asociado con quienes defienden el bien común; léase: los caminos públicos, un medio ambiente sano, un espacio habitable en mi ciudad, una movilidad sostenible, etc, etc.

Y para alcanzar o defender todo eso en lo que creo, es por lo que al día de hoy, considero imprescindible que nuevos hombres y mujeres con los que comparto estas mismas ideas, contribuyan a limpiar la política.

Empezaremos dentro de un par de meses por lo local, metiendo nuestra cabeza en el Ayuntamiento, a través de ECOLO-Córdoba.