sábado, 30 de enero de 2010

Laicidad versus laicismo

Me he topado últimamente, en dos contextos distintos, con una distinción que me ha chocado y provocado sobremanera, y me refiero a la diferencia entre laicidad y laicismo.

La primera vez fue en la conferencia que tuvo lugar en la Librería Aletheia el pasado jueves 14 de enero en la que participaron Julio Anguita y José María Vázquez (rector de la Universidad Internacional de La Rioja). La segunda ha sido estos días leyendo el libro de Victoria Camps y Amelia Valcárcel titulado “Hablemos de dios”. En ambos casos uno de los contertulios trataba de defender la laicidad frente al laicismo.

La laicidad sería una especie de estado de gracia en el que ya se ha conseguido la separación entre el estado (lo público, lo de todos) y la religión (lo privado, lo que tiene que ver con la conciencia).

En cambio el laicismo sería una especie de contrafundamentalismo religioso. Es decir, de signo contrario pero al mismo nivel que los fundamentalismos religiosos. La laicidad sería beneficiosa; el laicismo habría de ser evitado.

No lo comparto de ninguna manera. Claro que el “estado de laicidad” sería ideal, y llegados a ese estado no sería necesario ningún tipo de laicismo militante. Pero es que no es el caso. Es lo mismo que cuando hablamos de tolerancia: magnífico concepto, precioso término, pero idea engañosa. No se puede ser tolerante con los intolerantes. Y basta ya, por favor, de relativismo.

Que no me digan que soy igual que ellos cuando me posiciono tan radicalmente tras esta sentencia, que vuelvo a escribir para que quede clara: no se puede ser tolerante con los intolerantes. Si así lo hiciéramos (lo que hacen muchos relativistas) acabaríamos quedando en una situación de “inferioridad de convicciones” que daría lugar a un retroceso gravísimo de las conquistas de libertad, justicia y tolerancia alcanzadas.

Hay que aplicar la tolerancia cero a los maltratadores, a los racistas, a los violentos, y a un largo etcétera que incluye por ahora en este país, a los nacionalcatólicos, a los de la Conferencia Episcopal, a esos que nos quieren meter su religión con sopas, en la escuela, en las celebraciones oficiales, en las leyes si lo permitimos; esos que si dejáramos, nos harían retroceder a la edad media.

Dejaré de ser laicista el día que sienta que ha desaparecido la presión de los fundamentalistas de la religión para imponerme sus convicciones, sus símbolos, y sobre todo sus normas. En estos momentos no puedo, no podemos hacerlo.

Hace unos días se ha sabido que la Iglesia Católica ha enviado cartas a diputados del Parlamento Europeo exigiéndoles una determinada actitud de voto. ¿Se puede ser tolerante con eso? ¿Hay que dejar hacer?

lunes, 18 de enero de 2010

La tercera edad de los derechos.


Creo que con los derechos ocurre como con las personas: conforme van creciendo, van ganando en amplitud (el listado de derechos es cada vez más extenso) pero a la vez se van degradando.

Los juristas y politólogos hablan de tres generaciones de derechos. A saber:

La 1ª generación: los derechos humanos universales por antonomasia. Son los derechos herederos de las revoluciones liberales, singularmente la francesa, que dieron comienzo a la edad contemporánea. En realidad estos derechos no quedaron universalmente fijados (no digo extendidos) hasta el año 1949. No hay duda de cuáles son estos derechos: son los que tiene que ver con el ámbito de las libertades individuales, la libertad de expresión, de movimiento, de conciencia, de voto, etc. Son los derechos civiles y políticos. Dicho de otra manera, son los que tienen que ver con la LIBERTAD.

La 2ª generación: los derechos económicos y sociales. Son derechos herederos de los movimientos socialistas. Se concretarían en el derecho al trabajo, a una vivienda digna, a la sanidad, a la educación, a prestaciones sociales, etc; en general, el derecho al estado del bienestar. Tienen que ver con el reino de la IGUALDAD.

La 3ª generación: los más recientes de los tres; son los derechos ambientales y éticos. Herederos de los movimientos ecologistas, están relacionados con la construcción de un mundo en paz, en un medio ambiente sano y justo. Se podría decir que tienen que ver con la SOLIDARIDAD.

Los primeros derechos se definieron como derechos del individuo frente a los posibles atropellos del estado; son fundamentales, son inalienables, y nos pertenecen por el hecho de ser persona. Obligan a los poderes públicos en el sentido de que son jurídicamente exigibles.

Los segundos, en cambio, carecen de esa cualidad de ser jurídicamente exigibles. El estado debe orientar sus políticas hacia el pleno empleo, la universal escolarización, etc, pero en el fondo los tribunales no pueden hacer nada cuando los gobiernos “desorientan” su actuación hacia otros objetivos. Particularmente es lo que han hecho los gobiernos neoliberales de las últimas décadas que han primado por encima de todo el derecho a la propiedad, el derecho al beneficio, alzando por encima de todas las libertades, hasta el punto de anular a las otras, a la libertad de mercado.

Los terceros, a duras penas empiezan a ser aceptados universalmente, porque aceptar que todas las personas, por el hecho de serlo, tienen derecho a un mundo justo, sano y en paz tiene unas implicaciones que los poderes económicos establecidos y los beneficiarios del actual sistema mundial no están dispuestos a asumir.

Cada generación de derechos se sustenta sobre la anterior. No hay posibilidad de ningún derecho de segunda o tercera generación sin que los de la primera se hayan alcanzado. No hay derechos de tercera generación sin un estado de bienestar mínimo: no se puede disfrutar de una paz justa y de un medio ambiente limpio sin alimento, trabajo y vivienda.

Pero ¿qué pasa ahora con tanto derecho que hemos, teóricamente, alcanzado? Como decía más arriba, los derechos humanos fundamentales de la 1ª generación son jurídicamente exigibles, y desde que hay estados de derecho y tribunales internacionales, siempre habrá una esperanza jurídica de justicia en ese ámbito. Pero no ocurre lo mismo con los otros derechos: no hay esperanza de alcanzar un mundo justo en un medio ambiente sano si no se hace mediante la construcción de un gran consenso universal. Y no creo posible la construcción de ese consenso mientras no se desaloje de su situación de injusto privilegio a los grandes beneficiarios del actual sistema (esos ricos que cada vez son más ricos). La consagración mundial de la libertad de mercado y de los derechos del capital, está en contradicción directa con esto que pretendemos. El episodio de la última cumbre de Copenhague es una triste confirmación de esto que digo.

Aunque, quizás, ya nadie niegue que existe el derecho universal a un medio ambiente sano y justo, ¿es ese derecho al día de hoy algo más que una mera buena intención?

viernes, 8 de enero de 2010

La tradición como argumento

De nuevo hay quien pretende utilizar la (sacrosanta) tradición como argumento. Como ya sabéis, también me referí a ello en mi anterior entrada sobre “la fiesta de los toros” (gracias Behavi por tus magníficos comentarios).

Hoy me voy a referir de nuevo a la tradición en relación con el debate que el próximo día 20 de enero tendrá lugar en el Parlamento Europeo. Ese día se abordarán dos propuestas de resolución de distinto signo a cuenta de la sentencia del Tribunal de Estrasburgo, o Corte Europea de los Derechos Humanos, sobre la presencia de los crucifijos en las aulas de colegios públicos en Italia.

Una es la presentada por diversos grupos Verdes e Izquierda Unitaria Europea. Esta propuesta, muy bien argumentada, viene a recordar el compromiso de separación de Iglesias y Estado acorde con el derecho a la libertad de conciencia, y dice una cosa tan evidente como que: “únicamente los Estados basados en el principio de separación de la Iglesia y del Estado (en contraposición con los Estados teocráticos) pueden encontrar las soluciones adecuadas para salvaguardar de forma universal el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, el derecho a la educación y la prohibición de la discriminación, todos ellos valores centrales de la UE”.

La otra es la presentada por el PPE, Partido Popular Europeo, que ignorando el claro y asentado concepto de libertad de conciencia, habla directa y exclusivamente de la “libertad de religión”. ¿Quieren dar a entender con ello que reconocen la libertad de creer en su dios o en otro, pero no la libertad de no creer en ninguno? Seguramente es eso.

Pero a lo que voy. En su argumentación a favor de ignorar la sentencia del tribunal sobre los símbolos religiosos en las aulas italianas hablan de: “la libertad de los Estados miembros a mostrar símbolos religiosos en lugares públicos si dichos símbolos representan la tradición y la identidad de su pueblo además de un aspecto unificador de una comunidad nacional”. Previamente afirman que: “la UE y las instituciones internacionales no pueden proteger los derechos si niegan los valores sobre los que se han creado”.

Desde luego el discurso político es a veces el rey de la hipocresía. ¿Es que el PPE pretende convencernos de que ha sido la tradición cristiana de Europa y la acción de la Iglesia, la que ha asentado el reconocimiento de los derechos humanos? ¿No ha sido más bien la lucha, durante varios siglos ya, de millones de laicos contra la iglesia y sus privilegios, la lucha contra los regímenes tradicionales basados en la injusticia y la opresión, la que ha conseguido el reconocimiento y/o la instauración de los derechos humanos y de la libertad de conciencia?

Cada vez que oigo la palabra tradición me preparo para la lucha (dialéctica, se entiende)

Os pongo aquí el enlace a la página en laicismo.org donde se propone el envío de una carta a los diputados europeos españoles, y se incluye la lista de los correos electrónicos de todos ellos.
Ahí mismo podéis encontrar el enlace a los textos completos de las propuestas de resolución.