jueves, 31 de diciembre de 2009

Feliz 2010



¡BUEN AÑO A TODOS!
Os deseo un "suma y sigue" lleno de ilusionantes proyectos y metas alcanzadas, de justas razones y felices sentimientos.
Que nunca os falte el deseo como motor en vuestra vida. No olvidéis que la meta, a menudo, es el camino.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Acabar con las corridas de toros (en nombre de la Cultura)


Recientemente se ha presentado en el parlamento catalán una Iniciativa Legislativa Popular para que se prohíban las corridas de toros en ese país, y ¡¡HA SIDO ACEPTADA A TRÁMITE!!

De forma muy reñida y gracias a la consigna de libertad de voto dada por los partidos a sus parlamentarios, fue finalmente aceptada y será votada dentro de unos meses. Digo yo que así debería ser siempre ¿no? Me refiero a lo de la libertad de voto de los parlamentarios. Mal que nos pesara en alguna ocasión. Claro que también las listas electorales deberían ser abiertas, y no cerradas y completamente controladas por los aparatos de los partidos como lo son ahora mismo.

Volviendo a la ILP: 180.000 firmas de ciudadano/as han suscrito la iniciativa. Una gran mayoría de la población catalana hace tiempo que le ha dado la espalda a la salvaje fiesta de los toros y preferiría su completa desaparición. ¿Qué ocurre en el resto de España? Pues todavía hay mucha gente que opina lo siguiente:
1. Es una tradición.
2. Sin corridas, el toro de lidia se extinguiría
3. El toro no sufre
4. También se mata a los terneros
5. Es una pelea de igual a igual entre el hombre y el toro
6. Los que quieren prohibir los toros son independentistas catalanes, contrarios a la fiesta nacional

Los cinco últimos argumentos son muy fáciles de desmontar. De manera muy certera y escueta lo hace Ignacio Escolar en su blog

Yo voy a intentar argumentar contra el que me parece el argumento más duro de roer de los protaurinos: el de la cultura, ¡AY! la CULTURA.

Y es que a menudo se pretende alzar el argumento de lo cultural, de aquello que responde a una tradición, para con ese marchamo dar la (interesada) aprobación a costumbres que ya no responden a la sensibilidad actual. Son sólo actitudes reaccionarias en el más claro sentido de la expresión. Son reaccionarias frente al progreso.

Está muy claro que un porcentaje cada vez mayor de la población considera la fiesta de los toros una costumbre bárbara, y es sólo cuestión de tiempo que esa sea la opinión de la mayoría. A este respecto, una reciente encuesta habla de que un 67% de los españoles no muestra ningún interés en la tauromaquia y un 35% se muestra a favor de su total prohibición.

Y es que, por muy tradicional que pueda haber sido una costumbre ¿es esa razón suficiente para aceptar que ha de seguir siéndolo? Si eso fuera así, tendríamos que seguir considerando aceptable, porque esa fue la costumbre: pegar a los hijos y a la mujeres, quemar brujas, empalar herejes, etc. O, consecuentemente, deberíamos aceptar las costumbres de otros pueblos; léase: lapidación a mujeres consideradas adúlteras, ablación de las niñas, y un largo y bárbaro etcétera.

La cultura tiene raíces; por supuesto que las tiene. Pero ¿qué es la cultura si no es por encima de todo progreso? La cultura nos hace libres sólo si mirando hacia delante la vemos como algo que nos permite crecer cada día un poco más, por medio de la razón y el derecho. En cambio nos hace esclavos si mirando hacia atrás la entendemos exclusivamente como aquello que nos ancla al pasado.

Desde aquí voy a pedir que esta ciudad, gobernada al alirón por dos partidos “muy progres”, comience ya a dar la espalda a esta bárbara tradición. Lo primero será dejar de subvencionar la celebración de corridas. Entre ellas, esa que han dado en llamar de la “mujer cordobesa”. Y lo segundo, dar un giro radical al contenido y enfoque del Museo Taurino (actualmente cerrado) para convertirlo en un museo que no ensalce la crueldad de “la fiesta”, que hable exclusivamente de la historia de esta tradición y que en todo caso haga hincapié también en el hecho del sufrimiento animal.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Separación Iglesia - Estado

Hace ya 104 años que Francia, uno de los países más avanzados en cuanto a laicismo se refiere, aprobó una ley de separación de Iglesias y Estado. En el articulado de esa ley se decían cosas tan claras y concisas como: “la República asegura la libertad de conciencia”, o: “la República no reconoce, no subvenciona, no financia ningún culto”. En palabras del ilustre político Jean Jaurés, esta separación constituía un paso más en “la marcha deliberada del espíritu hacia la plena luz, la plena ciencia y la entera razón”.

No puedo evitarlo; qué bien me suena eso de ¡la plena luz, la plena ciencia, la entera razón!

26 años después de aquel 1905, esto es en 1931, España aprobó una constitución muy avanzada en la que se fijaban también clara y concisamente cosas como:
La libertad de conciencia y el derecho de profesar y practicar libremente cualquier religión quedan garantizados en el territorio español, salvo el respeto debido a las exigencias de la moral pública” (art. 27).
Todas las confesiones religiosas serán consideradas como Asociaciones sometidas a una ley especial. El Estado, las regiones, las provincias y los Municipios, no mantendrán, favorecerán, ni auxiliarán económicamente a las Iglesias, Asociaciones e Instituciones religiosas. Una ley especial regulará la total extinción, en un plazo máximo de dos años, del presupuesto del Clero. Quedan disueltas aquellas Ordenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes (…)”. (art. 26)

73 años después, tras la guerra civil y 40 años de dictadura, esto es en diciembre de 1978 (hoy hace ya 31 años), España aprobaría una nueva constitución. Esta constitución, que algunos han llamado del consenso, puede ser considerada también como la constitución de la falta de valor, la de lo no resuelto.

Entre los temas no resueltos (lo no resuelto tiende siempre a enquistarse) el asunto que más, el de la separación entre Iglesia y Estado. En este contexto el término “Iglesia” no puede ser entendido más que como Iglesia Católica. En este país no es otra la iglesia que invade y usurpa las competencias estatales (por ejemplo en educación), que se atreve a lidiar incluso en el espacio político (excomulgando a diputados), y la que fagocita y se alimenta como un parásito del dinero del estado (vía subvenciones públicas).

Me pregunto yo: ¿cuándo pondremos a la Iglesia en su sitio? Ya está bien de considerar intocable a esta constitución; ha llegado la hora de decir bien alto que es manifiesta y necesariamente mejorable. ¿De qué nos vale que el art. 14 diga: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social” cuando un poco más adelante clama al cielo la absurda contradicción del art. 16.3 cuando dice: “ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”? ¿A qué viene nombrar a la Iglesia Católica en la Constitución? Una constitución no es sitio para la Iglesia. Tampoco es entendible que España siga manteniendo un Concordato con El Vaticano como el que aprobó unos días después de esa constitución.

Hay pues que cambiar la constitución, hay que cambiar otras leyes, y hay sobre todo que cambiar la actitud de los poderes públicos hacia la Iglesia Católica (por ejemplo la actitud del ayuntamiento de Córdoba, ahora que marchose ya Doña Rosa a quien tanto gustaba rodearse de curas y nazarenos, ¿no os parece?).



Y ya que hablo de Córdoba, voy a contaros que este sábado pasado se celebró en la Facultad de Derecho la asamblea del colectivo Córdoba Laica. Como se dice en su blog, Córdoba Laica está constituida por personas que defienden la laicidad, entendida como el establecimiento de las condiciones jurídicas, políticas y sociales idóneas para el desarrollo pleno de la libertad de conciencia, base de los Derechos Humanos.

Desde aquí quiero animar a quienes me leen a adherirse a este movimiento. Hemos dejado, sin apenas darnos cuenta, que los meapilas se adueñen de calles, escuelas y celebraciones públicas. Es hora de ir haciendo algo.

Para empezar, en la columna de la derecha hay un enlace para firmar por la separación Iglesia-Estado. Dedicadle un par de minutos.

Un mundo mejor es aquel en el que ninguna confesión religiosa es percibida como amenaza. Un mundo mejor es aquel en el que creyentes y no creyentes viven su espiritualidad o falta de ella sin conflicto y en el más estricto ámbito de lo personal.