La palabra es sin duda el más valioso de los dones de que disfruta el humán. Como tal, es un instrumento imprescindible para conocer la realidad; es preciso nombrar las cosas antes de llegar a comprenderlas.
También es la palabra la mejor de las herramientas para el diálogo, y a través de él, fuente de enriquecimiento de la razón.
Sin embargo, no podemos olvidar que también la palabra es el mejor medio para el embaucamiento, para el engaño.
En su primer uso, la palabra sería el
logos; como dice el DRAE: "
discurso que da razón de las cosas". En su segundo uso, la palabra sería el
relato, el cuento, la historia; como dice el mismo diccionario del tercero de los términos (entre otras acepciones): "
relación de cualquier aventura o suceso", "
narración inventada".
Hago estas reflexiones introductorias para hablaros de un ensayo que he leído estos días titulado "
Storytelling", y cuya lectura recomiendo. Su traducción literal sería algo así como "el contar historias". Su autor es el escritor francés, miembro del Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje,
Christian Salmon.
En un principio, he de reconocerlo, me costó comprender de qué iba eso del storytelling, pero los ejemplos que el autor pone a lo largo del libro sobre su uso en la publicidad, en la gestión empresarial, en la política, incluso en la guerra, me han aclarado su verdadero significado.
El relato es una forma antiquísima, realmente la primigenia, de transmitir conocimiento y experiencia. Sobre todo es quizás la forma más atractiva y envolvente de hacerlo. Todas las civilizaciones se han apoyado sobre un relato más o menos fantástico para explicar su propio origen. El libro de Gilgamesh, el Mahabarata, la Odisea, el Antiguo Testamento, y un largo etcétera, son ejemplos de ello.
Toda o casi toda la literatura, no sólo el cuento, se apoya sobre el relato para llevarnos a un mundo irreal, a menudo maravilloso, pero inventado. Sin embargo, lo que resulta indudablemente maravilloso en la literatura puede convertirse en un instrumento de manipulación en otros ámbitos. Y de eso se han dado cuenta los que gobiernan este mundo.
En las últimas décadas, y de una manera cada vez más palmaria en los últimos años, los candidatos políticos durante las campañas electorales tratan menos de explicar su programa, de hablar de sus propósitos y sus compromisos, que de contarnos una historia atractiva. Su interés no es otro que hacernos consumidores de su discurso, compradores por un día de su producto, para con nuestro voto en su cuenta de resultados gobernar por cuatro años más.
En el mundo de la publicidad ha ocurrido lo mismo. En un principio se hacía hincapié sobre las cualidades más o menos objetivas de los productos. Pero eso ya cambió. Hace años que en estos mercados tan hipercompetitivos lo que busca la publicidad es envolvernos en una historia que nos haga relacionar un producto con unos valores.
Se trata de un engaño que pretende unir la historia que nos cuentan (asociada a nuestros sueños, a nuestros anhelos), con el objeto que venden. Perfumes, automóviles, yogures, se convierten por arte de magia en amor, seguridad, salud.
En palabras del propio Salmon:
"Las innumerables stories
que produce la máquina de propaganda son protocolos de entrenamiento, de domesticación, cuya meta es tomar el control de las prácticas y apropiarse de los saberes y deseos de los individuos. Bajo la inmensa acumulación de relatos que producen las sociedades modernas, nace un nuevo orden narrativo que preside el formateo de los deseos y la propagación de las emociones (...)".
Sabemos que tanto el discurso publicitario como el de la política es falso, pero ¡cuánto nos cuesta sustraernos a su influencia!.
Me pregunto: ¿volverá algún día el tiempo de la razón?
Mientras eso llega, un consejo: no os creáis nada cuando os vengan con historias.