domingo, 5 de abril de 2009

Miedo; miedos.

El viernes pasado, dentro del programa denominado “Conversaciones en La Central”, tuvo lugar un acto en la Biblioteca Municipal de Córdoba en el que el periodista Isaac Rosa y el diputado Eduardo Madina charlaron sobre “El miedo como forma de control de los ciudadanos en las sociedades democráticas”.

Isaac Rosa escribe a diario en Público y es autor de la novela titulada “El país del miedo”. Eduardo Madina es diputado del PSOE y ha sido víctima de un atentado de ETA. La conversación que mantuvieron, y que resultó de gran interés, giró en torno a los miedos que padecemos en las sociedades desarrolladas actuales; a sus causas y consecuencias.

Esos miedos están muy bien recogidos, de hecho, en la novela de Isaac Rosa, y aunque (para quien lo haya leído) el pusilánime Carlos sea un caso extremo de “ciudadano miedoso”, lo cierto es que a todos nos pasan cosas parecidas a las que a él le suceden, y todos experimentamos miedos muy similares a los suyos. Como dijo Madina, a pesar de que las sociedades desarrolladas ofrecen a sus ciudadanos cada vez un mayor cobijo y protección, una mejor defensa frente a la pobreza, a las enfermedades, a las inclemencias, etc, no deja de ser cierto que la sensación de inseguridad está cada vez más extendida.

¿Cuáles son las razones? Pues indudablemente varias, pero una de ellas es que el poder, el sistema, es el más interesado en la creación y alimentación de esos miedos porque de ello obtiene varios beneficios. Uno es que tiene más posibilidades de control sobre nosotros. Otro es que genera dinero con ello; no en vano el capitalismo comercia con todo.

Quiero hablar aquí de una clasificación de los miedos que mentalmente me hice mientras se desarrollaba la conversación entre Rosa y Madina. Aunque los miedos son muchos y muy diversos, y sin duda no todos entrarían en esta clasificación que propongo, no quiero dejar de exponerla aquí.

Opino que hay tres grandes bloques de miedos: los miedos “cósmicos”, los miedos “psicológicos”, y los miedos “sociológicos”.

Los miedos cósmicos son los miedos que aquejaban al hombre primitivo. No son miedos totalmente desaparecidos en el mundo actual pero son menos frecuentes en nuestras sociedades. Son los miedos que provoca lo desconocido. Eran el pavor producido por el rayo, por el trueno, por los terremotos, por los eclipses, por fenómenos que ahora sabemos naturales, es decir, cuyas causas y posibles efectos conocemos perfectamente, pero que antaño parecían capricho de terribles dioses o demonios.

Ahora ya no tenemos miedo al rayo; en todo caso tenemos miedo a sufrir la mala suerte de que uno nos caiga encima. El rayo ya no es una fuerza maligna; en todo caso fatal.
Entra también en este grupo, desde mi punto de vista, uno de los miedos clásicos, si no el miedo por antonomasia, y me refiero al miedo a la muerte. Creo que hoy en día no se tiene tanto miedo a la muerte. A lo que se tiene miedo es al tránsito. Quiero decir que casi nadie en estos tiempos tiene miedo a lo que viene después de nuestra muerte: o es la nada, o es al menos un lugar apacible. Varias encuestas han puesto de manifiesto que ni siquiera los católicos practicantes creen hoy en día en el infierno.

Así pues, creo que estos miedos cósmicos van desapareciendo de nuestro imaginario. Pero no sucede lo mismo con los otros dos grupos de miedos.

Los miedos psicológicos son los miedos que surgen desde nuestro interior. Son aquellos que o bien no tienen una causa real o están enfermizamente magnificados por nuestra mente. Son en algunas ocasiones más que miedos, fobias. Son el miedo a los perros, a las serpientes, a las arañas, ratas y bichos asquerosos en general; son la claustrofobia, la agorafobia, el miedo a hablar en público, el vértigo o el miedo a las alturas, etc, etc, etc. Son miedos que están en nosotros porque existe un conflicto no resuelto, un desequilibrio interno en nuestra mente. Son de alguna manera causados por una falta de armonía o una mala integración del individuo en su entorno. Tienen a veces origen en la infancia; en por ejemplo, una relación con los padres provocadora de inseguridad. Y también tienen, a menudo, una relación directa con conflictos relacionados con la sexualidad. En todo caso son, como digo, provocados por una falta de equilibrio personal.

El tercer bloque es el de los miedos sociológicos. Es el miedo a los demás en general, a los que son diferentes. Aquí entran: el miedo al extranjero, particularmente al inmigrante, el miedo al negro, o al sudamericano, al indígena, el miedo a los grupos de jóvenes, el miedo a los hinchas del otro equipo. También el miedo a que nos roben, a que nos asalten, el miedo a que entren en nuestra casa. El miedo a pasar por un barrio desconocido.

Así como antes me refería a miedos provocados por una falta de armonía psicológica, estos últimos miedos a los que me refiero ahora creo que son producidos por una falta de armonía social. Es por eso por lo que soy pesimista y creo que los “miedos sociológicos” no sólo no van a desaparecer sino que van a más. Y es que las sociedades actuales están cada vez más desequilibradas; las injusticias y desigualdades son cada vez más evidentes; los conflictos entre grupos sociales cada vez más persistentes.

Y así seguirá siendo porque este sistema, el capitalismo, es esencialmente injusto y generador de conflicto.

¿Qué pensáis?

jueves, 2 de abril de 2009

La Justicia y la justicia

¿De qué se ríen estos capullos? Un par de noticias leídas últimamente me mueven a hacer unos comentarios sobre la Justicia, y también sobre la justicia.

De estas dos palabras, la primera, con su inicial bien mayúscula y su historia todo pompa y artificio, resulta lejana y extraña, cuando no arbitraria, para el común de los mortales; desde luego para el pueblo llano, que difícilmente la entiende y comparte. Con esta “Justicia” me estoy refiriendo a esa institución del Estado que se encarga de la aplicación de las leyes y que tiene por oficinas los juzgados.

La segunda, en cambio, esa “justicia” escrita sólo con minúsculas, tan bajita y prudente, es por contra una de las palabras más grandes y más bonitas, y uno de los conceptos más importantes que ha alumbrado el género humano. Distinguir y hacer lo justo, conocer lo que está bien, es algo que para mi ha sido siempre guía y fiel de mi conducta. No puedo soportar sin dolor el ver como se comete alguna injusticia a mi lado. Y no puedo aceptar para mi propio interés cualquier beneficio, sea grande o pequeño, si sé que procede de algo “que no está bien”.

Me gusta pensar que yo soy uno de esos que nunca se venderían. No sé lo qué haría si me ofrecieran un millón de dólares por acostarme con alguien (por ponerme en el papel de Demi Moore en la película “Una proposición indecente”) pero sí sé lo que haría si estuviera en la misma situación de Nicolas Cage en “Te puede pasar a ti”. En esta película, un poco tonta la verdad sea dicha, un policía de barrio se ve obligado por su ética a compartir con una camarera un premio millonario que ha ganado en la lotería (a pesar del desencuentro y luego divorcio de su mujer que su decisión provoca), porque el día anterior, al faltarle unas monedas para la propina, le propuso a la camarera (Bridget Fonda) la mitad de su boleto de la bonoloto. Yo, como él, no podría vivir el resto de mi vida, aún en la mayor de las abundancias, sin envenenar mi sueño al recordar que hubo una ocasión en que no hice lo justo ensuciando mi propia palabra.

Pero a lo que iba, que no era esto. El sábado pasado leí una noticia que me animó el día, lo confieso. De hecho me hizo pensar que a veces la Justicia intenta acercarse a la justicia. ¿Lo conseguirá? Fue en el diario Público, y el titular decía: “Querella española por la prisión de Guantánamo. La fiscalía examina la demanda criminal presentada ante Garzón contra el equipo jurídico de Bush. Los abogados esgrimen que la tortura es un delito contra la comunidad internacional”. En ella se daba cuenta de la presentación de una querella por parte de varios abogados ante la Audiencia Nacional contra varios de los asesores de Bush. Estos señores son los ideólogos y constructores del basamento (i)legal que ha dado sostenimiento al uso de la tortura por el ejercito norteamericano y a la creación de una de las mayores barbaries cometidas en este mundo desde el nazismo para acá, cual ha sido la prisión de Guantánamo.
No sé si llegaremos a ver a estos tipos en el banquillo pero saber que quizás pudiera llegar a ocurrir me hizo recuperar un poco de fe en la Justicia.

Granados indicándole al juez lo que tiene que hacerLa segunda noticia, en cambio, me hace descreer de nuevo de todo lo que se cuece en tan altos tribunales. Un titular, en el mismo periódico, decía: “El número tres de Aguirre se reunió en secreto con el nuevo juez del caso Gürtel”. Y digo yo que los jueces son personas como otras cualquiera, y que tienen derecho a andar por la calle, a charlar y a comer con quien quieran, pero que a estas alturas el juez que va a juzgar la corrupción dentro del Partido Popular se reúna y coma con Francisco Granados me hace pensar, no puedo evitarlo, que la Justicia no dejará nunca de ser “un cachondeo” mientras haya jueces (y se salvan muy pocos) como los que tenemos en este país.